Estrategias emergentes contra el envejecimiento (II)

Longevidad

Estrategias emergentes contra el envejecimiento (II)


En la segunda entrega de esta serie de estrategias emergentes contra el envejecimiento, me referiré a tres técnicas bien distintas: la transfusión de plasma de individuos jóvenes, los diversos métodos de ayuno intermitente, y las posibilidades de mejora de la neurogénesis.

Transfusión de plasma de individuos jóvenes

Que la sangre joven podría rejuvenecer a personas ancianas es una idea que viene de antiguo. Sin embargo, no hace tanto que se ha probado en ratones de laboratorio. Un procedimiento conocido como parabiosis. Consiste en unir a dos ratones, uno joven y uno viejo, piel a piel, con lo que las circulaciones sanguineas de uno y otro acaban también unidas. El resultado visible es que, en cierta medida, el ratón viejo rejuvenece.

¿Cómo se explica esto?

¿Es la sangre joven la que rejuvenece al ratón viejo? ¿O tal vez los órganos del ratón joven metabolizan la sangre del viejo y son estos los responsables del rejuvenecimiento? La respuesta a estas preguntas la obtenemos tranfundiendo sangre de ratón joven a uno viejo. Y resulta que con este método también se obtienen resultados positivos. Parece ser, pues, que la sangre, o mejor dicho, el plasma joven (la parte líquida de la sangre), activa determinadas vías moleculares en las células madre del hígado, del músculo y del cerebro del ratón viejo. Y, en concreto, se ha identificado el llamado GDF11 (Growth Differentiation Factor 11), un factor con capacidad rejuvenecedora sobre diversos órganos de los ratones viejos.

Varios estudios en el laboratorio han mostrado el potencial rejuvenecedor del plasma joven, tanto para mejorar o curar enfermedades cardíacas como para reducir la progresión del Alzheimer.


Pero nada de ello está aun demostrado en humanos. Para conseguirlo serán precisos estudios clínicos prospectivos controlados con placebo. Aunque existen grupos que ya ofrecen este tipo de tratamiento, su seguridad y eficacia no se conocen bien aun. Por lo tanto, mi consejo es el de la prudencia. De momento, no deja de ser un campo de investigación con buenas perspectivas, pero necesitado de estudios amplios y profundos en humanos. Hoy por hoy, mejor no hacer probaturas. Puede ser no solo inútil sino peligroso.

Ayuno intermitente

Reducir de un modo u otro la ingesta de alimentos es algo que se ha demostrado beneficioso en numerosos estudios. En animales de experimentación la restricción calórica aumenta la longevidad.

Existen datos de observación que muestran las bondades de comer poco, que es algo parecido a ayunar. Los habitantes de Okinawa —isla de Japón con el mayor número de personas centenarias del mundo—, consumen un 17% menos de calorías que la media de japoneses. Y un 40% menos que el estadounidense medio.

Y, sea como sea, la restricción calórica actua tanto mejorando el microbioma intestinal como aumentando la protección frente a enfermedades neurodegenerativas.

Por otra parte, numerosos estudios han mostrado un efecto equivalente al de la restricción calórica a través del llamado ayuno intermitente. Mediante esta técnica también se ha conseguido proteger el corazón frente a infartos, mejorar la tolerancia a la glucosa, reducir el índice de masa corporal o retrasar la aparición de défictis cognitivos.

Existen muchas fórmulas para el ayuno intermitente. La dieta 5:2 es popular. Se come normalmente cinco días de la semana y se ayuna parcialmente (unas 500 calorías al día) los dos restantes. Hay quien ayuna 24 horas un día a la semana. Hay quien ayuna cada dos días. Y así, hasta un sinfín de variantes de donde escoger.

Una variedad interesante consiste en comprimir las horas del día en las que se come. Se trata de comer durante 8 o 10 horas del día y ayunar las 14-16 restantes. No es exactamente un ayuno, sino una restricción horaria de la comida. Se conoce por su denominación inglesa: time restricted eating.

¿Vale la pena tanto esfuerzo?

Hay que reconocer que ninguna de las pautas de ayuno intermitente consigue unas reducciones de peso notables ni unas grandes mejoras en los marcadores metabólicos. De hecho, desconocemos aun una buena parte de lo que ocurre con el ayuno intermitente. No sabemos a ciencia cierta si los efectos son los mismos si empezamos a ayunar a una edad joven o más tarde. Tampoco sabemos con detalle qué pauta o qué nutrientes son mejores para obtener unos resultados óptimos. Simplemente, tenemos datos sin duda muy alentadores, pero que deberemos confirmar o matizar mediante estudios clínicos bien diseñados.


Hasta entonces, vale la pena tener en cuenta lo ya conocido y, por qué no, seguir el consejo de la gente de Okinawa: hara hachi bu. O lo que es lo mismo: come hasta llenarte solo el 80%.

Mejora de la neurogénesis

No hay duda que el mayor factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer de aparición tardía es la edad. La región cerebral más afectada por esta enfermedad es el hipocampo, una área donde reside la memoria y en la que se encuentran las llamadas células madre neurales (NSC por sus siglas en inglés). Estas células son capaces de generar nuevas células neurales a lo largo de la vida. Un proceso conocido con el nombre de neurogénesis.

La capacidad de neurogénesis se reduce con la edad. Y esta reducción se acentua en los casos de Alzheimer. Pero algunos estudios han sugerido que si se recupera la actividad neurogénica se puede llegar a frenar la evolución de la enfermedad, al menos, en los casos poco avanzados.

Con objeto de recuperar la neurogénesis se han propuesto diversas estrategias. La más sencilla de ellas, el ejercicio físico. Y, en especial, el ejercicio aeróbico. Pero también se han sugerido algunas intervenciones farmacológicas o el uso de suplementos como la curcumina. Aunque es pronto para sacar conclusiones, parece razonable pensar que la estimulación de la neurogénesis en los adultos podrá retardar la disminución cognitiva y quizá, quién sabe, evitar la aparición de la enfermedad de Alzheimer.

 

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