
Por qué es importante investigar el envejecimiento
Hay algo que deteriora inexorablemente nuestras funciones fisiológicas, merma la salud y provoca enfermedades que nos matan. Se llama envejecimiento, un fenómeno que parece inevitable y ante el cual sólo actuamos de manera paliativa, en un intento de reducir el sufrimiento y prorrogar la vida.

Las edades del hombre
C. W. Eckersberg / Public domain
¿Acaso el envejecimiento es una enfermedad?
No exactamente pero, de hecho, este es el argumento fundamental por el que numerosos investigadores y diversas agencias de salud de distintos países están empezando a considerar el envejecimiento como una entidad clínica propia que merece tratarse como tal, de manera íntegra. No es casual que ya esté en marcha el primer ensayo clínico que persigue retrasar el envejecimiento.
Tratar el envejecimiento como una enfermedad tiene un impacto sumamente importante, no solo porque la edad es el factor de riesgo de muerte más importante, sino también porque la acumulación de enfermedades crónicas comporta un gasto que pronto será inasumible tanto por los individuos, como por las entidades sanitarias y los gobiernos.
Teniendo en cuenta que la población de los países desarrollados envejece de forma incesante, los gobiernos y sus sistemas de salud deberán cambiar su estrategia porque no podrán hacer frente al gasto sanitario. Un gasto de salud pública que, de no hacer nada, se doblará antes de llegar a 2050.
Por tanto, es cada vez más evidente que combatir el envejecimiento en su conjunto resulta más económico que tratar de forma reactiva, una a una, las diversas enfermedades que van apareciendo con la edad.
¿Podemos tratar el envejecimiento?
La cuestión es si podemos retrasar el proceso de envejecimiento o incluso, como algunos proponen, revertirlo. En 2016 se sugirió que el límite natural para la vida humana se situaría sobre los 115 años.
Un estudio epidemiológico sobre centenarios llevado a cabo en Italia, mostró que el riesgo de muerte, que aumenta por cada año vivido, tiende a estabilizarse hacia los 105 años. A partir de esta edad, el riesgo de muerte tiende a estabilizarse. Por lo tanto, si a cierta edad el riesgo de muerte deja de aumentar, el envejecimiento deja también de progresar. Es decir que la relación entre el daño celular, propio del envejecimiento, y los mecanismos de reparación celulares, se equilibran. O, dicho de otro modo, el proceso de envejecimiento se estabiliza. Y, si hacia los 105 años el envejecimiento se frena, ¿por qué no intentamos que este fenómeno ocurra a una edad más joven?
En la naturaleza hay abundantes ejemplos que demuestran que detener el envejecimiento —algo aparentemente extravagante— es, de hecho, factible. Algunas especies de tortugas, por ejemplo, viven muchos años sin dar muestras de envejecer. Una cosa parecida les ocurre a las langostas. Y, en el extremo de la longevidad, no podemos dejar de citar a la hydra, un ser que no muere nunca a consecuencia del envejecimiento.

Rata-topo desnuda
Roman Klementschitz, Wien [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons
En definitiva, la naturaleza nos ofrece ejemplos suficientes que demuestran que el envejecimiento y la longevidad no son fenómenos inamovibles sino que muestran una gran variabilidad y que, de un modo u otro, están controlados por mecanismos biológicos, mecanismos susceptibles de ser modificados. Comprender estos mecanismos, poder actuar sobre ellos y conseguir morir joven a una edad muy avanzada es algo que, sin duda, merece la pena estudiarse.
Referencias:
Mori MA.: Aging: a New Perspective on an Old Issue. Anais da Academia Brasileira de Ciências, 92(2), e20200437. Epub July 06, 2020.DOI: https://doi.org/10.1590/0001-3765202020200437
Barbi E, Lagona F, Marsili M, et al.: The plateau of human mortality: Demography of longevity pioneers. Science 360: 1459-1461, 2020. DOI: https://doi.org/10.1126/science.aat3119